miércoles, 9 de noviembre de 2011

y llegó el otoño...

La incidencia de la depresión aumenta en primavera y en otoño. Numerosos estudios así lo sostienen. Y yo creo que tienen toda la razón.

La explicación que doy a este fenómeno es que no nos gusta cambiar. El verano es estable, armonioso, pero llega el otoño y todo son cambios, que nos llegan al invierno que, aunque parece frío e inhóspito, nos hace disfrutar de la compañía y el calor del hogar, hasta que primavera toca insistentemente a nuestras puertas para recordarnos el cambio continuo que sucede en la naturaleza.

La cuestión es la siguiente: ¿ nosotros, como parte de la naturaleza, por qué nos resistimos tanto a cambiar? Desde luego nos da miedo, y establecemos barreras y fronteras, porque como seres racionales tenemos capacidad de decisión. Elegimos qué cosas dejamos que cambien en nuestro interior y cuáles no. Por eso cuando no dejamos que los cambios se produzcan de forma natural, aparecen desequilibrios entre lo que somos y lo que necesitamos ser, produciéndonos una gran insatisfacción y frustración.

Por el contrario la naturaleza no tiene capacidad de decidir y por ello nos da envidia la manera tan lógica y sana que tiene de asimilar sus cambios. Es comprensible envidiar la primavera: los árboles florecen, cada uno con su propia clase de flor, y los nuevos brotes van haciéndose hojas verdes y sanas. Sin embargo parece más difícil envidiar al otoño, aunque personalmente es la estación que más envidia me produce. Porque no es nada fácil desprenderse de unas hojas que te han acompañado medio año, que las has visto crecer y te han alimentado durante tanto tiempo. Hojas que han sido una parte muy importante de tu identidad, que te definen como árbol. Pero tienes que dejarlas ir, y te quedas expuesta, desnuda y vulnerable...

"Para seguir queriéndonos y soportar bien el invierno, tú sabes bien que es mejor quitar botones que ponerlos"





Deja que el otoño suceda en nosotras y recuperemos el tiempo perdido.

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